domingo, 22 de febrero de 2009

Mentiras desde Gaza - La guerra sucia de Hamas

Por Fausto Bilosalavo publicado el 19 de febrero del 2009.

Nos han mostrado sólo las bombas y tanques israelíes, pero existe otra verdad que Hamas mantiene oculta: civiles usados como escudos humanos, ejecuciones sumarias, docenas de personas desaparecidas, robo de ayuda de Naciones Unidas, dinero embolsado por los líderes del movimiento.

A continuación los testimonios de palestinos que ya no quieren vivir más en el terror.

“Morir con nosotros es un gran honor. Iremos al Paraíso juntos o sobreviviremos hasta la victoria. Que sea la voluntad de Alá”. De esta manera los militantes de Hamas respondieron a las súplicas de los civiles palestinos para que no utilicen sus hogares como posiciones, durante la terrible ofensiva israelí en la Franja de Gaza, desde el 27 de diciembre al 18 de enero.

Ahora que se apagaron los reflectores internacionales, Panorama fue a ver qué sucede en Gaza y descubrió el otro lado de la guerra, tan sucio, que no se habla de ello: edificios enteros tomados como rehenes, la población usada como escudos humanos y, para los disidentes, incluso el riesgo de recibir una bala por ser “colaborador con el enemigo”.

Muy lejos de un peligro teórico: desde fines de diciembre, 181 palestinos, murieron por ejecuciones sumarias, baleados en sus piernas o torturados porque se oponían a Hamas.

Pero esto terminó: ahora el movimiento islámico que gobierna Gaza, con el Corán en una mano y un arma en la otra, quiere controlar todo, incluyendo la ayuda y la reconstrucción.

El edificio Andaluz en el vecindario de Al-Karama de la Ciudad de Gaza está reducido a un armazón de hormigón. Los israelíes atacaron con dureza y, a esta pareja palestina de mediana edad, no le queda nada excepto llevarse los escombros de un departamento que aún no fue terminado de pagar. Ellos nos acompañan entre los restos de las escaleras interiores, bajo la condición que, Panorama, utilice sólo sus nombres de pila. “Sabíamos que esto terminaría así. Desde los primeros días del ataque, los combatientes de la guerrilla de la “resistencia” palestina (“muqawemen”) se posicionaron en los pisos 12 y 13, con los francotiradores. Cada tanto intentaban, en vano, derribar uno de esos UAV (Vehículo Aéreo No Tripulado) que utilizan los israelíes”, dice Abu Mohammed, asintiendo con la cabeza. En el edificio, aún no terminado, vivían 22 familias: más de 120 civiles, incluyendo mujeres y niños. Los israelíes comenzaron a llamar a los teléfonos celulares de los inquilinos ordenándoles que desalojasen las instalaciones. Entonces, los militantes tenían un mensaje más explícito: un combatiente arrojó una bomba en el patio vacío del otro lado del camino sin ocasionar víctimas, pero abriendo un enorme cráter. “Una delegación de propietarios rogó a los militantes que se retiraran”, continuó el inquilino. “La respuesta fue: “Ustedes morirán con nosotros o sobreviviremos juntos”.

El 13 de enero, los F16 israelíes dispararon contra el edificio a las 9.30 PM. “Por la noche solíamos dormir en casas de nuestros parientes: estábamos a salvo, pero ya no teníamos un hogar y aún debemos pagar 9 años del crédito”, dice Om Mohammed, desesperada, con un velo en su cabeza. El Banco Islámico no concede excepciones.

En otro edificio en Gaza, en el vecindario de Al-Nasser, vivían alrededor de 170 civiles distribuidos en ocho pisos. Cuando los milicianos se posicionaron en el techo, un ex coronel palestino fue a negociar explicándoles que atraerían las bombas israelíes sobre los niños del edificio. “Será un gran honor si mueren con nosotros”, respondieron los defensores de Gaza. Como el oficial insistió, dispararon una Kalashnikov sobre su cabeza para deshacerse de él.

En Sheik Zayed, 20 kilómetros hacia el norte, un farmacéutico palestino fue atrincherado con su familia en el segundo piso de su condominio. Los militantes islámicos habían colocado una bomba - trampa en la entrada de la calle y se escondían en el tercer piso con el detonador. “Ellos querían hacer estallar el primer tanque israelí que estaba pasando. Intenté explicarles que la reacción sería furiosa y que dispararían incluso contra nuestros departamentos. Al final, para salvarnos, tuvimos que irnos”, acusa el farmacéutico con un halo de resignación en sus ojos.

En el distrito de Tel Al-Awa en Gaza, invadido por la incursión terrestre de Israel, existen personas que fueron tomadas como rehenes en dos ocasiones. “Llámeme Naji, que significa sobreviviente, porque si escribe mi nombre verdadero, ellos me matarán” suplica el propietario palestino. “Los hombres de Hamas llegaron, por la noche, para dormir bajo las escaleras. Primero en uniformes. Luego en ropas de civil y con armas ocultas. Nosotros intentamos cerrar con cerrojo la puerta, pero no había nada que hacer. El edificio entero fue utilizado, como escudo, por los milicianos y podía ser bombardeado en cualquier momento”.

Cuando los hombres de Hamas ganaron las elecciones en la Franja de Gaza, Naji estaba satisfecho con el cambio. Pero, ahora, los odia. “Ellos lanzan misiles (sobre Israel) con ningún otro resultado militar que la autodestrucción”, dice el sobreviviente. “Hacen esto para obtener dinero de sus patrocinadores iraníes y sirios”. Cuando llegaron los israelíes, los combatientes de la “resistencia” en el distrito habían desaparecido. Para hallarlos, los soldados entraron al edificio. Junto con los otros hombres del condominio, el palestino fue tomado prisionero durante un día y una noche. “Fui tomado como rehén en dos ocasiones durante la misma guerra”, suspira Naji. “Y, los hombres de Hamas, amenazaron incluso con ajustar cuentas al finalizar las hostilidades, porque había protestado”.

En otros casos, los matones de las Brigadas de Izzedine al-Qassam, el ala armada de Hamas, no se limitaron sólo a amenazas. Osama Atalla tenía 40 años y su hija más pequeña, Iman, había nacido cinco días antes. Él fue asesinado el 28 de enero, 11 días después del cese de fuego. Atalla era maestro de escuela primaria y activista de al-Fatah, el partido moderado del Presidente palestino Mahmoud Abbas, más conocido como Abu Mazen. “ Criticaba abiertamente a Hamas, pero nunca utilizó un arma en su contra”, afirma Mohammed Atalla, pariente de la víctima.

Los asesinos llegaron a su casa para arrestarlo, con dos vehículos todo terreno, llenos de gente armada. Con los rostros cubiertos mostraron credenciales de membresía de la seguridad interna palestina. “Sólo algunas preguntas de rutina. Lo traeremos de regreso dentro de la próxima media hora”, dijeron a su familia. El maestro fue torturado durante toda una noche. Después lo mataron, disparándole a quemarropa en la cadera, justo antes de dejarlo agonizando frente al Hospital Shifa.

“A partir de la guerra documentamos 27 ejecuciones sumarias. Otras 127 personas fueron secuestradas, torturadas o baleadas en las piernas. Al menos 150 personas fueron forzadas a permanecer bajo arresto domiciliario. No sabemos nada sobre el destino de 100 prisioneros de Hamas. Las cifras podrían ser más elevadas, pero existen muchos casos que no son reportados porque la gente está aterrorizada”. El reclamo a la guerra sucia de Hamas contra sus oponentes procede de Salah Abd Alati, miembro de la Comisión Independiente de Derechos Humanos en Gaza.

Desde Ramallah, la capital de la Margen Occidental donde gobierna Abu Mazen, los nombres de 58 personas, a quienes les dispararon en sus rodillas, se hicieron públicos.

Otros 112 palestinos tienen sus piernas rotas por golpes con barras de hierro o bloques de cemento. En su mayoría, son partidarios de al-Fatah: están acusados de colaborar con Israel en contra de Hamas. Desde Ramallah, el Ministro palestino de prisioneros y refugiados, Ziyad Abu Ein, habló de “terrorismo” y “crímenes cometidos contra el pueblo palestino”.

Una de las víctimas es Aaed Obaid, ex policía militar fiel a al-Fatah. Con sus ojos azules, una pequeña barba pelirroja y mejillas hundidas, yace desgarradoramente sobre un sofá en su casa en la Ciudad de Gaza. Bajo la manta oculta su pierna izquierda vendada. “El 26 de enero, alrededor de las 7 PM, estaba sentado afuera charlando con mi hermano”, dice. “Cuatro hombres armados y con sus rostros cubiertos llegaron en un vehículo plateado todo terreno, como los utilizados por Hamas. Me detuvieron, encapucharon, y me arrastraron. Yo no había hecho nada.”. Primero lo llevaron al centro de entrenamiento de las milicias, diciéndole que lo iban a ejecutar. Luego lo hicieron rezar y lo arrojaron nuevamente al auto. “En algún momento, se detuvieron cerca del Hospital Shifa y me obligaron a echarme al piso. Me dispararon dos veces con una Kalashnikov sobre mi pierna izquierda, sin siquiera decirme de qué se me acusaba”.

El hermano del hombre baleado, Obaid Adel, es uno de los prisioneros de al-Fatah liberados de la cárcel de Saraia, en Gaza Central, antes de que los israelíes la bombardearan. Con un prolijo bigote, ira en sus ojos. “Algunos prisioneros fueron heridos por las bombas y llevados a Shifa. Al menos siete fueron asesinados en sus camas del hospital”.

Luego de utilizar la guerra para resolver asuntos internos, ahora Hamas quiere controlar la distribución de la ayuda y la reconstrucción. También trató de confiscar la ayuda de la UNRWA, Agencia de Naciones Unidas para los refugiados palestinos.

El 4 de febrero, los policías de Hamas confiscaron 406 raciones de comida y 3500 mantas destinadas a 500 familias palestinas. Al día siguiente, el Jefe de Naciones Unidas en Gaza, John Ging, declaró con firmeza para Panorama: “Es la primera vez y será la última que roban nuestra ayuda. Deben devolverla sin discutir”. Durante la noche, unas pocas horas más tarde, 300 toneladas de provisiones de alimentos fueron tomadas. La UNRWA decidió suspender la llegada de ayuda hacia Gaza hasta que los productos robados sean regresados. El 9 de febrero, los fundamentalistas se rindieron y regresaron todo, pero siempre buscan lograr consenso a través de la ayuda.

“Todo lo que llega a través de Rafah, el cruce fronterizo con Egipto, termina en las manos de Hamas. La distribución es manejada por los comités sociales de las mezquitas, de cuyo total el 90 por ciento es controlado por el movimiento islámico”, explica Mkhaimer Abusada, orador de Ciencias Políticas en la Universidad Al-Azhar de Gaza. Las listas de distribución, que favorecen a quienes apoyan a Hamas, son el arma de consentimiento en intercambio de ayuda. El pasado mes de enero, la policía detuvo los camiones de una organización humanitaria local, que trabaja para una ONG italiana. Querían las listas de distribución del agua.

Para encontrarnos con el Jefe de la ONG palestina, subvencionada por la Unión Europea y por la Agencia americana USAID, deambulamos, con cautela, por la noche. La cita es en Jabaliya. El Presidente de la ONG tiene miedo de Hamas, no de los israelíes. “Ellos quieren forzar a sus hombres para controlar la distribución”, acusa la fuente de Panorama. “Nos dijeron que no realicemos estadísticas de las casas destruidas. Conozco docenas de familias que sufrieron la agresión israelí, pero son discriminados en relación a la ayuda porque no apoyan a Hamas”.

En Beit Lahiya, al Norte de la Franja, la casa de Fatima está destruida en parte. “Fui a la Sociedad Islámica, una organización cercana a Hamas que se ocupa de la ayuda y la reconstrucción. Yo no voto por ellos. Resultó bastante extraño que no estuviera registrada en la lista de distribución”, dice la mujer de mediana edad envuelta en un velo multicolor.

Un periodista de Gaza perdió su bella casa de dos pisos. Le transfirieron 380 euros para un arreglo inicial. “Amigos de Hamas embolsaron 4000 euros. A un vecino mío que sólo tiene los vidrios de sus ventanas destrozados pero es uno de ellos, la ayuda llegó inmediatamente”, protesta el periodista.

A pesar del desastre, el movimiento Islámico declaró la victoria. Una amarga broma circula entre los palestinos de la Franja: “Un par de victorias más como ésta y Gaza desaparecerá de la faz de la tierra”. Pero algo está cambiando: una encuesta del Centro de Opinión Pública Palestino de Beit Sahour revela que el consenso por Hamas en la Franja cayó de un 51 por ciento en noviembre al 27.8 después de la guerra.