miércoles, 12 de agosto de 2009

Jerusalén: una ciudad indivisa




Hace tres semanas, la Administración Obama demandó que el Gobierno israelí interrumpa el plan de desarrollo de viviendas planeado cerca del barrio Sheik Jarrah en Jeru­sa­lén. El proyecto, un complejo de veinte departamentos, es in­dis­­­cutiblemente legal. La propiedad a ser desarrollada —un ex­tin­to hotel— fue comprada en 1985 y el promotor inmobiliario ob­tuvo todos los permisos municipales necesarios.
¿Por qué, entonces, la Administración quiere matar el de­sa­rro­llo? Porque Sheik Jarrah está en una sección, en gran parte, ára­be de Jerusalén. Seis meses después de que Barack Obama se convirtiera en el primer negro en mudarse a la, previamente siem­pre blanca, instalación residencial de Avenida Pennsyl­va­nia 1600 en Washington, lucha por impedir la integración en Je­ru­salén.
Es imposible imaginar el escenario opuesto: la Ad­mi­nis­tra­ción nunca demandaría que Israel impida a los árabes mudarse a un barrio judío. Y el Departamento de Justicia de Obama echa­ría los siete infiernos sobre cualquiera que tratara de im­po­ner líneas rojas de separación raciales, étnicas o religiosas en una ciudad estadounidense. En el siglo XXI, la segregación es im­pensable, excepto, parece, cuando se trata de viviendas para ju­díos en Jerusalén.
No es fácil para el Gobierno de Israel rechazar una de­man­da de Estados Unidos, que es el más importante aliado del Es­ta­­do judío. En su honor, los líderes israelíes le dijeron la verdad al poder, y dijeron no. “Los residentes de Jerusalén pueden com­prar departamentos en cualquier lugar de la ciudad”, dijo el primer ministro Benjamín Netanyahu. “Ésta ha sido la polí­ti­ca de todos los gobiernos de Israel. No existe prohibición para que árabes compren departamentos en el oeste de la ciudad, y no existe prohibición para que judíos construyan un edificio o com­pren en el este de la ciudad. Ésta es la política de una ciu­dad abierta”.
Hubo un tiempo, no hace mucho, cuando Jerusalén era cual­­quier cosa menos una ciudad abierta. Durante la Guerra de la Independencia de Israel en 1948, la Legión Árabe de Jordania in­vadió Jerusalén oriental, ocupó la Ciudad Vieja y expulsó a to­dos sus judíos, muchos de ellos pertenecientes a familias que ha­bían vivido en la ciudad por siglos. “Cuando se fueron”, el con­sagrado historiador sir Martin Gilbert escribió más tarde, en su libro de 1998 Jerusalén en el siglo veinte, “pudieron ver, detrás de ellos, columnas de humo elevándose de su barrio. El centro de asistencia Hadassa había sido incendiado, y el saqueo y la que­ma de propiedad judía estaban a toda marcha”. Durante los si­guientes diecinueve años, Jerusalén oriental estaba prohibida pa­ra los judíos, brutalmente separada de la parte occidental de la ciudad con alambrados de púas y fortificaciones militares. Do­cenas de lugares sagrados judíos, incluyendo sinagogas de cien­tos de años de antigüedad, fueron profanados o des­trui­dos. Lápidas del antiguo cementerio del Monte de los Olivos fue­ron arrancadas por el Ejército jordano y usadas como pisos de letrinas. El más sagrado santuario judío de Jerusalén, el Mu­ro de los Lamentos, se convirtió en una pocilga. Recién en 1967, des­pués de que Jordania fue derrotada de manera aplastante en la Guerra de los Seis Días, Jerusalén fue reunificada bajo so­be­ranía israelí y la libertad religiosa restaurada para todos. Des­de entonces, los israelíes han jurado que Jerusalén nunca más es­taría dividida.
Y no sólo los israelíes. La política de Estados Unidos, ba­sa­da en la Jerusalem Embassy Act de 1995, reconoce a Jerusalén co­mo “una ciudad unida, administrada por Israel”, y declara for­malmente que “Jerusalén debe permanecer como una ciu­dad indivisa”. Los presidentes de Estados Unidos, tanto repu­bli­canos como demócratas, estuvieron de acuerdo. En palabras del ex Presidente Clinton, “Jerusalén debe ser una ciudad abier­ta e indivisa, con libertad de acceso y culto para todos”.
Como candidato presidencial, Barack Obama decía lo mis­mo. En un cuestionario a candidatos del 2008 que preguntaba acer­­ca “del probable estatus final de Jerusalén”, Obama con­tes­tó: “Estados Unidos no puede dictar los términos de un acuer­do del estatus final. Jerusalén permanecerá siendo la capital de Is­rael, y nadie debería querer o esperar que esté nuevamente di­vidida”. En un discurso dirigido al Consejo de Asuntos Pú­bli­cos estadounidense-israelí, repitió el punto: “Permítanme ser cla­ro: Jerusalén permanecerá como capital de Israel, y debe per­ma­necer indivisa”.
Los irredentistas palestinos reivindican que Jerusalén es, his­tóricamente, territorio árabe y debe ser la capital del futuro Es­­tado palestino. En realidad, los judíos vivieron siempre en Je­ru­salén oriental, que es la ubicación de la Ciudad Vieja y de su fa­moso Barrio Judío, sin mencionar la Universidad Hebrea, que fue fundada en 1918. El complejo de departamentos al cual se opo­ne Obama se levanta donde estuvo alguna vez Shimon Hat­zadik, un barrio judío establecido en 1891. Sólo entre 1948 y 1967 —durante la ocupación jordana— la parte oriental de la ca­pital de Israel fue “territorio árabe”. Los palestinos no tienen ahí más derecho de soberanía que la que tiene Rusia en la an­te­rior­mente ocupada Berlín oriental.
El gran obstáculo para la paz en Medio Oriente no es que los judíos insisten en vivir entre árabes; es que los árabes in­sis­ten en que los judíos no vivan entre ellos. Si Obama todavía no cap­tó eso, tiene mucho que aprender.

Fuente: Porisrael.org

Jeff Jacoby / mailto:jacoby@globe.com