El jueves pasado apareció en la prensa israelí un aviso publicitario a página entera, sometido por el Departamento de Negociación de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP, Ashaf en hebreo) con el texto hebreo de la Declaración de Beirut 2002/3, bajo el título de ``Iniciativa de Paz Arabe''.
El aviso contiene las banderas israelí y palestina y lleva el subtítulo ``57 Estados árabes y musulmanes establecerán lazos diplomáticos y relaciones normales con Israel a cambio de un tratado de paz completo y terminación de la ocupación''. Firman el documento, junto con la OLP, el Consejo de la Liga de los Estados Arabes y la Organización de la Conferencia Islámica. Las banderas de los países firmantes adornan las márgenes del texto publicado.
Se trata sin duda alguna de un hecho inusitado en la larga historia del conflicto entre el Movimiento Sionista y el Estado de Israel, por un lado, y, por el otro, lo que se llama, en términos latos, el ``mundo arabe''.
No es que la Declaración de Beirut, también conocida como la ``Iniciativa Saudita'', sea algo nuevo, ni que no haya habido hasta el presente toda suerte de tratativas parecidas al documento. La novedad está en el llamamiento directo, en hebreo, a través de la prensa israelí, a la opinión pública de este país, suscrito por las dos constelaciones más representativas del Islam y de los Estados árabes.
Después de esta publicación los árabes podrán preguntar, polémicamente, qué sentido tiene sostener hoy que no están dispuestos a reconocer la existencia de Israel como Estado, tal como éste se define.
Por supuesto, no se puede descartar del todo el argumento de los que insisten en que los árabes todos de ninguna manera harán la paz con el Estado sionista y que esta publicación es pura propaganda y no trasunta un estado de ánimo o una disposición verdadera a convivir con Israel.
Pero la obstinación en negar seriedad al llamamiento de la Liga de los Estados Arabes y de la Conferencia Islámica hace recordar, en cierta forma, la advertencia contra el arribo del presidente Anuar Sadat al Aeropuerto Ben Gurión por temor a que del avión presidencial egipcio emerja una pandilla de terroristas armados que intenten liquidar de un solo golpe a toda la plana mayor israelí.
Es verdad que quienes sufren de paranoia a veces tienen razón, y son objeto de persecución. Pero en estos tiempos duros no está de más una cierta dosis de sentido común. Bien hace la actual conducción política de Israel en no desechar frontalmente la propuesta saudita.
El presidente Shimon Peres reflejó ese comportamiento en uno de sus discursos en Londres, cuando dijo que valora la Iniciativa de Arabia Saudita y que hay que estudiarla.
Es un hecho que no son pocos los israelíes para quienes algunos de los puntos de la propuesta son totalmente inaceptables, así como no son pocos los árabes para quienes, como lo declaró un vocero de la Jihad Islámica, ``la Iniciativa Saudita es `peor' que la Declaración Balfour''.
Si bien, como se indicó, la propuesta árabe no es nueva, su inserción masiva en la prensa israelí, en hebreo, en estos momentos, está indudablemente vinculada a las próximas elecciones israelíes.
Los árabes quieren influir sobre los israelíes y, obviamente, inducirlos a votar por los que adoptan una línea más aceptable para ellos. Esto es legítimo, aunque es difícil pensar que tal influencia sea de peso.
La opinión pública israelí estí polarizada, y los árabes lo saben tan bien como todo el mundo. Pero de todos modos es menester interpretar esta ofensiva publicitaria tomando de ella lo que parece positivo y constructivo.
El mero hecho de que el mundo árabe y musulmán organizado proclama su deseo de establecer lazos normales con Israel, seis décadas años despues de la proclamación del Estado, responde a esas características.
Es cierto que, como se dice, el diablo está en los detalles. Los detalles deberán ser discutidos a los niveles bilaterales, si bien será inevitable tomar en cuenta la existencia de un frente árabe-musulmán global.
También será inevitable, y según muchos altamente deseable, que la comunidad internacional desempeñe un papel mayor en todas las tratativas que pueda haber.
También el pueblo judío de la diáspora es un factor cuya voz debe ser escuchada, sin afectar la regla de que son los israelíes quienes en primer término deberán decidir qué es bueno para el país que deben seguir construyendo y defendiendo.
A muy grandes rasgos, y sin disecar la propuesta, los israelíes y los judíos seguramente coinciden con el propósito de ``asegurar las perspectivas de paz y poner fin al derramamiento de sangre'', así como de ``proporcionar a las generaciones futuras la seguridad, la estabilidad y el progreso''. Las divergencias pueden girar alrededor de cómo lograr ese propósito.
A menos de tres meses de las elecciones nacionales, el electorado israelí tendrá que votar por un Gobierno que sepa encarar con realismo y seriedad el desafío que plantea la propuesta que comentamos.
En un comentario anterior subrayamos la medida en que la posición frente a los problemas de paz y seguridad excede en importancia a cualquier consideración de política interna. No porque temas como la pobreza, la educación, la igualdad, los derechos individuales, el lugar de la religión y otros sean negligibles y puedan ser descuidados, sino porque cada momento histórico tiene sus prioridades.
Y hoy una prioridad absoluta, para Israel, para los judíos y en cierta medida para el mundo democrático, es la difícil, compleja, ineludible, estabilización de la posición de Israel en esta parte del mundo.
El aviso contiene las banderas israelí y palestina y lleva el subtítulo ``57 Estados árabes y musulmanes establecerán lazos diplomáticos y relaciones normales con Israel a cambio de un tratado de paz completo y terminación de la ocupación''. Firman el documento, junto con la OLP, el Consejo de la Liga de los Estados Arabes y la Organización de la Conferencia Islámica. Las banderas de los países firmantes adornan las márgenes del texto publicado.
Se trata sin duda alguna de un hecho inusitado en la larga historia del conflicto entre el Movimiento Sionista y el Estado de Israel, por un lado, y, por el otro, lo que se llama, en términos latos, el ``mundo arabe''.
No es que la Declaración de Beirut, también conocida como la ``Iniciativa Saudita'', sea algo nuevo, ni que no haya habido hasta el presente toda suerte de tratativas parecidas al documento. La novedad está en el llamamiento directo, en hebreo, a través de la prensa israelí, a la opinión pública de este país, suscrito por las dos constelaciones más representativas del Islam y de los Estados árabes.
Después de esta publicación los árabes podrán preguntar, polémicamente, qué sentido tiene sostener hoy que no están dispuestos a reconocer la existencia de Israel como Estado, tal como éste se define.
Por supuesto, no se puede descartar del todo el argumento de los que insisten en que los árabes todos de ninguna manera harán la paz con el Estado sionista y que esta publicación es pura propaganda y no trasunta un estado de ánimo o una disposición verdadera a convivir con Israel.
Pero la obstinación en negar seriedad al llamamiento de la Liga de los Estados Arabes y de la Conferencia Islámica hace recordar, en cierta forma, la advertencia contra el arribo del presidente Anuar Sadat al Aeropuerto Ben Gurión por temor a que del avión presidencial egipcio emerja una pandilla de terroristas armados que intenten liquidar de un solo golpe a toda la plana mayor israelí.
Es verdad que quienes sufren de paranoia a veces tienen razón, y son objeto de persecución. Pero en estos tiempos duros no está de más una cierta dosis de sentido común. Bien hace la actual conducción política de Israel en no desechar frontalmente la propuesta saudita.
El presidente Shimon Peres reflejó ese comportamiento en uno de sus discursos en Londres, cuando dijo que valora la Iniciativa de Arabia Saudita y que hay que estudiarla.
Es un hecho que no son pocos los israelíes para quienes algunos de los puntos de la propuesta son totalmente inaceptables, así como no son pocos los árabes para quienes, como lo declaró un vocero de la Jihad Islámica, ``la Iniciativa Saudita es `peor' que la Declaración Balfour''.
Si bien, como se indicó, la propuesta árabe no es nueva, su inserción masiva en la prensa israelí, en hebreo, en estos momentos, está indudablemente vinculada a las próximas elecciones israelíes.
Los árabes quieren influir sobre los israelíes y, obviamente, inducirlos a votar por los que adoptan una línea más aceptable para ellos. Esto es legítimo, aunque es difícil pensar que tal influencia sea de peso.
La opinión pública israelí estí polarizada, y los árabes lo saben tan bien como todo el mundo. Pero de todos modos es menester interpretar esta ofensiva publicitaria tomando de ella lo que parece positivo y constructivo.
El mero hecho de que el mundo árabe y musulmán organizado proclama su deseo de establecer lazos normales con Israel, seis décadas años despues de la proclamación del Estado, responde a esas características.
Es cierto que, como se dice, el diablo está en los detalles. Los detalles deberán ser discutidos a los niveles bilaterales, si bien será inevitable tomar en cuenta la existencia de un frente árabe-musulmán global.
También será inevitable, y según muchos altamente deseable, que la comunidad internacional desempeñe un papel mayor en todas las tratativas que pueda haber.
También el pueblo judío de la diáspora es un factor cuya voz debe ser escuchada, sin afectar la regla de que son los israelíes quienes en primer término deberán decidir qué es bueno para el país que deben seguir construyendo y defendiendo.
A muy grandes rasgos, y sin disecar la propuesta, los israelíes y los judíos seguramente coinciden con el propósito de ``asegurar las perspectivas de paz y poner fin al derramamiento de sangre'', así como de ``proporcionar a las generaciones futuras la seguridad, la estabilidad y el progreso''. Las divergencias pueden girar alrededor de cómo lograr ese propósito.
A menos de tres meses de las elecciones nacionales, el electorado israelí tendrá que votar por un Gobierno que sepa encarar con realismo y seriedad el desafío que plantea la propuesta que comentamos.
En un comentario anterior subrayamos la medida en que la posición frente a los problemas de paz y seguridad excede en importancia a cualquier consideración de política interna. No porque temas como la pobreza, la educación, la igualdad, los derechos individuales, el lugar de la religión y otros sean negligibles y puedan ser descuidados, sino porque cada momento histórico tiene sus prioridades.
Y hoy una prioridad absoluta, para Israel, para los judíos y en cierta medida para el mundo democrático, es la difícil, compleja, ineludible, estabilización de la posición de Israel en esta parte del mundo.