martes, 20 de enero de 2009

Otra visión del conflicto de Gaza


Ignacio Purroy

RESULTA imposible después de tantos días viendo continuamente por las distintas televisiones escenas de destrucción de edificios, muerte y desolación por las calles, madres gimiendo de dolor al lado de niños muertos por las explosiones y alineados en las calles de las ciudades de Gaza, no sentir rabia por tanto dolor desencadenado en este pequeño territorio. Las simpatías instintivas nos llevan al lado de las víctimas. La desproporción de los medios de guerra es también evidente: la mejor aviación de combate, los más modernos blindados, frente a esas lanzaderas rudimentarias de cohetes que también matan.

Por encima de las tristes escenas diarias transmitidas casi en directo de esta guerra declarada sin aparente lógica por Hamás, al romper esta organización palestina la tregua con Israel unilateralmente, tenemos que volver la vista atrás necesariamente si queremos comprender algo de este conflicto.

Un golpe de Estado sangriento de Hamás y un enfrentamiento armado con Al Fatah dio al primero la victoria sobre quién ostentaba la autoridad palestina en los territorios de Gaza y Cisjordania después de las elecciones. Los moderados, con el presidente Abbas a la cabeza, tuvieron que renunciar a ejercer el poder únicamente en el territorio de Cisjordania. Una vez más en estos territorios bíblicos vencía la fuerza sobre la razón de encontrar una solución al conflicto o por lo menos encontrar una forma de convivencia pacífica entre palestinos e israelíes.

Quién mueve los hilos para que la paz, siempre precaria, no se instale en la región.

Retrocedamos algo más en el tiempo: solo por los años 90, cuando la Conferencia de Paz de Madrid, la Autoridad Nacional Palestina reconocía formalmente al Estado hebreo. Habían pasado cerca de 50 años desde que la ONU había aprobado la partición de la antigua Palestina bajo dominio británico en dos estados, judío y palestino, ante la imposibilidad de crear un solo estado que acogiera a los dos pueblos pacíficamente. Después vendrían cuatro o cinco guerras, si contamos la Intifada, para "echar los judíos al mar" y acabar con su Estado. Cuatro derrotas militares de los palestinos y sus aliados árabes, que con los años fueron reconociendo mayoritariamente la realidad del Estado judío. Mientras tanto, el pueblo palestino perdía una vez tras otra las oportunidades de establecerse como pueblo en el espacio designado por las Naciones Unidas.

Como suele ser habitual tras cada derrota militar, el pueblo perdedor iba a estar en peores condiciones de negociar con los vencedores. Este axioma histórico no iba a ser una excepción en el caso de Palestina. Tras las derrotas de 1948 y de 1967, miles de refugiados palestinos armados llegarían a Jordania para formar de hecho un estado dentro del Estado jordano... ¿Qué sucedió? Una agresión brutal de Jordania contra los campamentos palestinos, que ponían en peligro la monarquía del rey Hussein.

Luego vino lo de Líbano. Este pequeño y próspero estado, denominado entonces la Suiza de Oriente Medio, y prácticamente sin ejército, iba a sufrir en su suelo terribles enfrentamientos entre cristianos-libaneses que ostentaban el poder con las facciones armadas palestinas que se habían refugiado en su territorio. Resultado de los enfrentamientos, cientos de muertos, destrucción de grandes zonas de la capital Beirut y, al final, la intervención de Siria e Israel para proteger sus fronteras del norte.

Llegó la invasión de Kuwait por Sadam Husein. Todas las potencias del mundo prácticamente contra el estado agresor de Sadam. Fuera de toda lógica, Arafat apostaba por el caballo perdedor una vez más. Final fácilmente adivinado: la guerra había durado lo que la coalición internacional comandada por Estados Unidos había tardado en cruzar el país de Este a Oeste con sus blindados. Resultado para los palestinos que habían aplaudido el ataque iraquí: expulsión en masa de miles de ellos que trabajaban en el rico país petrolífero.

Mientras tanto, el Estado hebreo crecía considerablemente en población y esta se duplicaba casi en 25 años. Primero llegarían los judíos rusos cuando la URSS ya vislumbraba su descomposición; luego, huyendo de la guerra de Eritrea, miles de judíos etíopes; últimamente, judíos argentinos huyendo de la crisis económica de su país.

Los trabajadores palestinos ya no eran imprescindibles para los trabajos agrícolas y de la construcción, donde mayoritariamente trabajaban. Además, para muchos no eran de fiar por la posibilidad de cometer actos terroristas. Estos últimos años, miles de trabajadores tailandeses y filipinos venían a sustituir a la mano de obra de palestinos que engrosaban las cifras de parados.

Los palestinos parecían no poder hacerlo peor, y sus líderes, aparentemente hermanados en una causa común, escenificarían un conflicto con muertos entre Al Fatah y Hamás con el resultado conocido: el presidente electo refugiado en Cisjordania.

¿Puede un pueblo, o sus líderes, equivocarse tantas veces seguidas y no aprender de la historia, sin suponer que hay intereses estratégicos de algunos países árabes a los que no les interesa que el conflicto palestino judío entre en vías de solución? Habría que preguntar a los países corruptos del entorno si no les interesa más distraer a sus ciudadanos con lo que pasa en Palestina que resolver sus enormes problemas de pobreza y de corrupción. También a los fundamentalistas religiosos, al terrorismo global que necesita de alguna justificación para luchar contra las potencias del mal encabezadas por Estados Unidos y la descreída Europa, hasta que no abracen la causa del islam. Mientras tanto, el pueblo palestino se parece cada vez más a un rebaño conducido por sus líderes al matadero. Y a diferencia de los judíos, que eran introducidos en los campos de exterminio nazis a culatazos, muchos palestinos piensan dirigirse al Edén con el kalashnikov en sus manos.

Desgraciadamente, sólo la retransmisión en directo -generalmente de uno de sus bandos- no ayuda por sí sola a alcanzar las claves del conflicto. El pueblo palestino debe resolver primero sus problemas internos y reconocer que será mejor tener una buena vecindad con los judíos y no empeñarse en atacarlos sistemáticamente. La población palestina, una de las mejor preparadas del mundo árabe, se merece algo mejor que la ratonera donde se han empeñado en encerrarla algunos de sus líderes.