Autor: Natan Lerner
Los obstáculos son bien conocidos. En Gaza gobierna una fracción palestina que no da señales de moderar su política, de abandonar el terror y de sumarse a los esfuerzos israelíes y de la Autoridad Palestina con sede en Ramala para sobreponerse a las mayores diferencias y arribar a un acuerdo
La importancia de la resolución adoptada por el Consejo de Seguridad, la semana pasada, sobre el proceso de paz entre Israel y los palestinos, no debe ser exagerada, pero tampoco subestimada. En esencia, es la ratificación, por el órgano de las Naciones Unidas encargado de asegurar la paz y la seguridad en el mundo, de las negociaciones para solucionar el conflicto de Oriente Medio de acuerdo con el espíritu de la reunión de Annapolis y de la posición oficial del Cuarteto, que integran Estados Unidos, Rusia, la Unión Europea y las Naciones Unidas. No se puede olvidar que la resolución fue redactada de común acuerdo por los Estados Unidos y Rusia y que las partes en el conflicto hicieron pública su conformidad con la misma. Tampoco se debe descartar la significación del hecho de que nadie en el Consejo se opuso a la resolución, excepto la abstención de Libia. Abstención no es oposición y, en definitiva, lo que pesa es el acuerdo de las cinco potencias que tienen en el Consejo el derecho de veto.
No está de más recordar que el Consejo de Seguridad es el órgano encargado de aplicar el Capítulo VII de la Carta de las Naciones Unidas, que permite el uso de la fuerza cuando ella es necesaria para ejecutar las decisiones de las mismas y para asegurar el imperio de la paz y de la seguridad en el mundo. Es esta la primera vez en varios años que el Consejo toma una resolución sobre el conflicto de Oriente Medio.
Es menester también recordar la importancia de la Resolución 242 del Consejo, adoptada en 1967, y que confirmó el derecho de todos los Estados de la región a vivir en paz, sin temor a agresiones, en fronteras seguras. La nueva resolución significa proclamar cual es la política de la sociedad internacional con respecto al conflicto, y la aceptación por las partes interesadas significa aquiesencia a esa política.
Esto no quiere decir que se haya encontrado ya la solución del problema, ni mucho menos. Los misiles siguen cayendo en Sderot y en las poblaciones vecinas a la Franja de Gaza, no se sabe que pasará ya que la tregua está formalmente terminada, y no hay indicios de que a resultas de la resolución desaparezcan los actos de terror.
Tampoco quiere decir que las Naciones Unidas, es decir, el mundo organizado, prometen asumir un rol más activo en la terminación del conflicto y en la garantía de hecho de la solución que se obtenga. Hay quienes abogan por tal rol y hay quienes se oponen al mismo. Pero parece razonable interpretar la resolución como traduciendo que, de ser necesario, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas ejercerá su autoridad. El consenso de las grandes potencias así permite preverlo.
Los obstáculos son bien conocidos. En Gaza gobierna una fracción palestina que no da señales de moderar su política, de abandonar el terror y de sumarse a los esfuerzos israelíes y de la Autoridad Palestina con sede en Ramala para sobreponerse a las mayores diferencias y arribar a un acuerdo.
Ya se ha comentado en estas columnas el valor positivo de la propuesta de la Liga Arabe y de la Conferencia de Estados Islámicos con respecto a tal acuerdo y también hemos comentado el simbolismo de la publicación del texto de esa propuesta por sus promotores en los diarios de Israel. Por otro lado, algunos aspectos del texto árabe-musulmán requieren clarificación ya que sin ella serían inaceptables para Israel.
Si del lado palestino el extremismo de Hamás es un enorme obstáculo a un acuerdo global, hay asimismo dificultades que dimanan del hecho de que Israel se halla en medio de un período electoral que culminará en menos de dos meses y que es difícil prever el desenlace de esas elecciones. Las encuestas de opinión pública pronostican que la oposición de derecha a la presente coalición saldrá fortalecida del comicio, y es conocida la actitud de su lider, Biniamín Netaniahu, reiterando su oposición a concesiones territoriales por parte de Israel. Sin tales concesiones, desde luego, un arreglo basado en el principio de dos Estados no será posible. Y es muy difícil, si no imposible, pensar en alguna otra solución no basada en el principio de dos Estados separados.
Hay tal vez lugar a suponer que el momento elegido para la resolución del Consejo implica la intención de añadir todo el peso de la sociedad internacional a la solución de dos Estados, central en la política del Cuarteto y en las conclusiones de Annapolis.
El desprecio que había en este país por las resoluciones de las Naciones Unidas, traducido en la vieja y tan despectiva como gastada fórmula ``Um shmum”'', ha desaparecido en tiempos recientes. La opinión pública seria sabe muy bien que no se puede ignorar o menospreciar el peso de la comunidad de naciones. Cuando no hay conflicto entre las grandes potencias, las Naciones Unidas son un factor de primerísima importancia como instrumento del consenso mundial, con posibilidades de decisión y de acción. Es de desear que las partes en conflicto sepan hallar las fórmulas que hagan innecesario recurrir al organismo.
Mientras tanto, el período pre electoral es propicio para la multiplicación de toda clase de pronunciamientos y propuestas demagógicos. Por parte de la derecha se suceden las críticas a la politica del Gobierno; estrategas diplomados como el líder de Shas atacan al ministro de Defensa, ex primer ministro y ex comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, y al actual comandante en jefe, acusándolos de inacción. Pero nadie propone nada concreto ni fundamenta razonablemente sus demandas, excepto reclamar más fuerza. Contra el trasfondo de este panorama interno, el papel del Consejo de Seguridad y de las potencias principales adquiere un significado especial.
Los obstáculos son bien conocidos. En Gaza gobierna una fracción palestina que no da señales de moderar su política, de abandonar el terror y de sumarse a los esfuerzos israelíes y de la Autoridad Palestina con sede en Ramala para sobreponerse a las mayores diferencias y arribar a un acuerdo
La importancia de la resolución adoptada por el Consejo de Seguridad, la semana pasada, sobre el proceso de paz entre Israel y los palestinos, no debe ser exagerada, pero tampoco subestimada. En esencia, es la ratificación, por el órgano de las Naciones Unidas encargado de asegurar la paz y la seguridad en el mundo, de las negociaciones para solucionar el conflicto de Oriente Medio de acuerdo con el espíritu de la reunión de Annapolis y de la posición oficial del Cuarteto, que integran Estados Unidos, Rusia, la Unión Europea y las Naciones Unidas. No se puede olvidar que la resolución fue redactada de común acuerdo por los Estados Unidos y Rusia y que las partes en el conflicto hicieron pública su conformidad con la misma. Tampoco se debe descartar la significación del hecho de que nadie en el Consejo se opuso a la resolución, excepto la abstención de Libia. Abstención no es oposición y, en definitiva, lo que pesa es el acuerdo de las cinco potencias que tienen en el Consejo el derecho de veto.
No está de más recordar que el Consejo de Seguridad es el órgano encargado de aplicar el Capítulo VII de la Carta de las Naciones Unidas, que permite el uso de la fuerza cuando ella es necesaria para ejecutar las decisiones de las mismas y para asegurar el imperio de la paz y de la seguridad en el mundo. Es esta la primera vez en varios años que el Consejo toma una resolución sobre el conflicto de Oriente Medio.
Es menester también recordar la importancia de la Resolución 242 del Consejo, adoptada en 1967, y que confirmó el derecho de todos los Estados de la región a vivir en paz, sin temor a agresiones, en fronteras seguras. La nueva resolución significa proclamar cual es la política de la sociedad internacional con respecto al conflicto, y la aceptación por las partes interesadas significa aquiesencia a esa política.
Esto no quiere decir que se haya encontrado ya la solución del problema, ni mucho menos. Los misiles siguen cayendo en Sderot y en las poblaciones vecinas a la Franja de Gaza, no se sabe que pasará ya que la tregua está formalmente terminada, y no hay indicios de que a resultas de la resolución desaparezcan los actos de terror.
Tampoco quiere decir que las Naciones Unidas, es decir, el mundo organizado, prometen asumir un rol más activo en la terminación del conflicto y en la garantía de hecho de la solución que se obtenga. Hay quienes abogan por tal rol y hay quienes se oponen al mismo. Pero parece razonable interpretar la resolución como traduciendo que, de ser necesario, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas ejercerá su autoridad. El consenso de las grandes potencias así permite preverlo.
Los obstáculos son bien conocidos. En Gaza gobierna una fracción palestina que no da señales de moderar su política, de abandonar el terror y de sumarse a los esfuerzos israelíes y de la Autoridad Palestina con sede en Ramala para sobreponerse a las mayores diferencias y arribar a un acuerdo.
Ya se ha comentado en estas columnas el valor positivo de la propuesta de la Liga Arabe y de la Conferencia de Estados Islámicos con respecto a tal acuerdo y también hemos comentado el simbolismo de la publicación del texto de esa propuesta por sus promotores en los diarios de Israel. Por otro lado, algunos aspectos del texto árabe-musulmán requieren clarificación ya que sin ella serían inaceptables para Israel.
Si del lado palestino el extremismo de Hamás es un enorme obstáculo a un acuerdo global, hay asimismo dificultades que dimanan del hecho de que Israel se halla en medio de un período electoral que culminará en menos de dos meses y que es difícil prever el desenlace de esas elecciones. Las encuestas de opinión pública pronostican que la oposición de derecha a la presente coalición saldrá fortalecida del comicio, y es conocida la actitud de su lider, Biniamín Netaniahu, reiterando su oposición a concesiones territoriales por parte de Israel. Sin tales concesiones, desde luego, un arreglo basado en el principio de dos Estados no será posible. Y es muy difícil, si no imposible, pensar en alguna otra solución no basada en el principio de dos Estados separados.
Hay tal vez lugar a suponer que el momento elegido para la resolución del Consejo implica la intención de añadir todo el peso de la sociedad internacional a la solución de dos Estados, central en la política del Cuarteto y en las conclusiones de Annapolis.
El desprecio que había en este país por las resoluciones de las Naciones Unidas, traducido en la vieja y tan despectiva como gastada fórmula ``Um shmum”'', ha desaparecido en tiempos recientes. La opinión pública seria sabe muy bien que no se puede ignorar o menospreciar el peso de la comunidad de naciones. Cuando no hay conflicto entre las grandes potencias, las Naciones Unidas son un factor de primerísima importancia como instrumento del consenso mundial, con posibilidades de decisión y de acción. Es de desear que las partes en conflicto sepan hallar las fórmulas que hagan innecesario recurrir al organismo.
Mientras tanto, el período pre electoral es propicio para la multiplicación de toda clase de pronunciamientos y propuestas demagógicos. Por parte de la derecha se suceden las críticas a la politica del Gobierno; estrategas diplomados como el líder de Shas atacan al ministro de Defensa, ex primer ministro y ex comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, y al actual comandante en jefe, acusándolos de inacción. Pero nadie propone nada concreto ni fundamenta razonablemente sus demandas, excepto reclamar más fuerza. Contra el trasfondo de este panorama interno, el papel del Consejo de Seguridad y de las potencias principales adquiere un significado especial.